– Cuéntame una historia verdadera por una vez.
– Qué aburrimiento, ¿no?
– ¿Cómo fue qué perdió su brazo?
– En realidad no perdió el brazo. Y solo estuvo manco un tiempo.
-Te pedí una historia verdadera.
– La conoció pelando un melocotón en un tren. Ella le miraba fijamente y eso le incomodaba. Parecía decirle:
– No lo estás haciendo bien, quitas mucha piel.
Entonces empezó a pelar la piel del melocotón más y más gruesa, a propósito,
quitando cada vez más carne, compulsivamente.
Cuando acabó, comió la piel con la carne, le ofreció la mitad. Ella aceptó. Luego tiró el hueso por la ventanilla del tren.
– Es ecológico, -dijo él en voz alta, mirándola-.
– Biodegradable, -precisó ella- y empezaron a reírse.
El tren dio un frenazo y sus manos se juntaron.
Cuando el tren paró en su estación, él no quiso soltar su mano.
Le dijo:
-Volveré.
Y así fue como dejó su brazo.
Pero no lo dejó olvidado.
Después de atender sus asuntos, nuestro amigo volvió a la estación y esperó el tren de vuelta. Allí viajaban juntos su amada y su brazo.
Ya nunca volvieron a separarse.
– Buenas noches.
– Buenas noches. Olet makea persikka.